Pío Baroja: «El árbol de la ciencia»(novela); análisis y propuesta didáctica

PÍO BAROJA: EL ÁRBOL DE LA CIENCIA (1911)
  1. ANÁLISIS 
  1. Resumen 
Primera parte. Andrés Hurtado, el protagonista, comienza la carrera de Medicina en la Universidad Central de Madrid. Los estudiantes ocupan sus puestos en el graderío y aplauden a un profesor que les endereza un discurso vacío y altisonante. El ambiente es de bajeza moral e intelectual por parte de alumnos y profesores. Andrés intercambia opiniones con sus amigos Julio Aracil y Montaner; este último exhibe un pensamiento político avanzado y progresista, frente a Hurtado, más bien conservador. Los estudiantes carecen de preocupaciones intelectuales y morales. Viven despreocupados y entregados a vicios de todo tipo. Entre los profesores las cosas no son distintas; sin inquietudes científicas, viejos, muestran ostentación y vanidad. En alguna clase se grita, se fríen huevos, en un desorden total. La familia de Andrés tiene una buena posición económica; su madre ha fallecido no hace mucho; su padre, don Pedro, que no le hizo caso en vida, ahora la idealiza estúpidamente. Sus hermanos son Alejandro, el primogénito, Margarita, Pedro, estudiante tarambana de derecho y el pequeño, Luis, de cinco años en el inicio del relato. Andrés siente un especial afecto por este, pues es ingenuo, bueno y enfermizo. Las relaciones de Andrés con su padre son pésimas; discuten ásperamente de política, del modo de llevar la familia, de las decisiones del hijo de estudiar medicina, lo que esconde una independencia de juicio que irrita al padre, de talante despótico y destemplado; Margarita trata de mediar, pero no obtiene sino disgustos. Se instala en una habitación abuhardillada del edificio donde viven, lo que le da independencia física y mental; lo visitan su tío Iturrioz, con quien habla de filosofía, y sus hermanos. No logra aprobar todo en junio, pero con recomendaciones evita los suspensos. Algunas clases se dan en la sala de disección, pero a Andrés le molesta el desprecio y maltrato que sufren los cadáveres, objeto de befas desagradables de sus compañeros. Mantiene buenas relaciones con Fermín Ibarra, enfermizo y estudiante de ingeniería; lo mismo que con Massó y Rafael Sañudo, grandes aficionados a la música de Wagner. Pasa el segundo curso sin pena ni gloria y afianza su amistad con Julio Aracil, de quien descubre que es un joven de origen humilde, pero habilidoso para obtener dinero del juego y otros embustes. Montaner, de vida más desahogada, le gusta la molicie. Por esa época se aficiona a la filosofía alemana (Kant, Fitche, Schopenhauer, etc.) y descubre profesores repelentes que exhiben un falso cientifismo, pues no pasa de palabrería. Luis sufre unas fiebres tifoideas que cura con mucho reposo y días. Conoce y traba amistad con un estudiante rezagado, Antonio Lamela; de ideas románticas, enamorado de una mujer algo siniestra, alivia sus penas con el alcohol, lo que abochorna a Andrés. Realiza unas prácticas en el hospital San Juan de Dios, centradas en las enfermedades venéreas. El trato brutal y cruel que reciben las mujeres enfermas hace que se enfrente a un profesor y abandone el curso. También se interesa algo por la política, pero descubre el lado hipócrita y cínico de los políticos y también la abandona. Se siente solo, desconcertado; se compadece, pero no ayuda; desea aportar, pero no le gustan las masas. Accede a una plaza de alumno interno en un hospital gracias a su tío Iturrioz; allí descubre médicos irresponsables, curas ludópatas, monjas sin vocación, enfermeros viciosos; solo el hermano Juan entrega su vida abnegadamente para ayudar a los demás. A Andrés le resulta intrigante y siente repulsión y atracción hacia él y sus actos de generosidad sin límites. 
Segunda parte. Asistimos al conocimiento, por parte de Andrés, de Lulú, una joven de dieciocho años, despierta y bastante bonita con un punto de ironía sarcástica.  Vive la chica con su hermana Niní, medio ennoviada con Julio Aracil, y su madre, doña Leonarda, viuda e hipócrita a causa de su pobreza y su resentimiento de clase elevada. Les llamaban despectivamente “Las Minglanillas”. Celebran el Carnaval en casa de estas, en una “cachupinada”, encuentro festivo y alegre. Allí conoce a un joven pretencioso y farsante, Antoñito Casares, a la caza de una mujer rica para casarse; también ve a Estrella, una mujer bella y llamativa que procede de una familia con terribles antecedentes trágicos de muertes, abusos sexuales, etc. Habla con Lulú y le advierte que entiende muy bien lo que pasa a su alrededor y que apenas tiene interés en los hombres. Pasa por casa de Virginia, una aparente comadrona, en realidad practicante de abortos clandestinos y celestina de baja estofa, ayudada por un italiano carterista. También visita a un artista farsante, Rafael Villasús. Se enfrenta al directo de “El Masón Ilustrado”, lo desprecia, lo insulta y no llegan a las manos porque los separan. Andrés conoce mejor a Lulú, su trabajo en un taller de ropa, su carácter firme, claro y sarcástico y su bondad para con los débiles. Andrés pasea con ella, su hermana Nini y su madre Leonarda, por El Retiro y el vecino Jardín Botánico. Ella le cuenta las palizas que recibió de niña, las agresiones sexuales que afortunadamente pudo esquivar, su relativa mala salud, pues las jaquecas y alteraciones de nervios la acosaban, etc. Andrés se enfrenta a Manolo el Chafardín, que por el apodo ya deducimos que un tarambana vanidoso; este se había sentido ofendido porque Lulú le había dicho cuatro verdades a su mujer, grosera y violenta, que no había dudado en humillar a su madre, la señora Venancia, planchadora honrada que ha de mantener a toda la caterva. Venancia le cuenta su vida a Andrés: había servido a una señora noble, cínica y desalmada; luego a otra libidinosa e infiel; con todo, los consideraba de categoría superior; Andrés trata de persuadirla y desengañarla, pero no puede. Lulú lo pone en conocimiento del resto de la gente de su edificio. La tía Negra es una vieja alcohólica que añora la primera República; Pitusa es una mendicante embaucadora; Paca la Gallega regenta una pensión donde vive don Cleto, el cesante y buen tipo, el droguero Maestrín, el vividor y embaucador Victorio, cuyo tío era el tío Miserias, prestamista avaro de la zona. Andrés conversa con su tío Iturrioz, gran lector de filosofía; este ostenta un pensamiento vitalista y desengañado que confunde a Andrés: la sociedad es injusta, el hombre es cruel, la maldad anida en el alma humana; los pocos buenos o están trastornados o perecen. Así que lo mejor es apartarse y no hacer nada porque no hay remedio. La “crueldad universal” es el principio de realidad inexcusable. 
Tercera parte. Luisito contrae una tuberculosis que aparenta superar. Andrés alquila una casa en las afueras de Valencia, por el clima, y lo lleva allí; él mismo lo instala y le impone un régimen de vida sano y ordenado, en contacto con la naturaleza. Lo deja en manos de Pedro y Margarita, que lo cuidan amorosamente. Regresa a Madrid y acaba la carrera; vuelve a Valencia a visitar a su hermano y a la familia y está contento porque el niño parece mejorar bien. Allí conoce a gente chusca: Roch el curandero y componedor, Choviset el troglodita y sicario en potencia y de boquilla, Chitano el ladrón, etc. No le gusta el ambiente, pero se aguanta. Su padre no puede mantener la casa del niño y a este lo llevan a vivir con don Juan, primo de su padre. Andrés lo acompaña y vive también allí. No encuentra trabajo y comienza a preparar el doctorado. Le sale una sustitución en un pueblo de Burgos, que acepta; allí le llega la noticia de que su hermano ha muerto, lo que le afecta profundamente, aunque con aparente frialdad. 
Cuarta parte. Vuelve a Madrid, donde conversa largamente con su tío Iturrioz. La vida es incomprensible, no sabemos siquiera si lo que percibimos es real, el idealismo carece de sentido. La vida exige practicidad y flexibilidad, aceptación de la realidad de las cosas, además de apoyarse moderadamente en la ciencia, con cuidado porque puede ser contraproducente. Iturrioz muestra un pensamiento conservador, defiende la religión, la fe y la convivencia con lo incomprensible, con tal de que sea práctico y utilitario. Andrés se muestra partidario de la ciencia combinada con una filosofía firme y clara. El árbol de la ciencia que se mienta en el “Génesis” puede que sea la solución. Andrés sostiene que el intelectualismo ayuda a una vida más noble, en tanto que Iturrioz teme la anarquía y el relativismo; critica la cultura semítica y el anarquismo, por disolventes. Hay que vivir con principios religiosos firmes. El hombre necesita una norma y disciplina, como Ignacio de Loyola a los miembros de su orden. 
Quinta parte. Andrés ejerce de médico en Alcolea, un pueblo grande y meridional entre viñedos y olivares. Don Tomás es el otro médico, que cuida de los ricos; a él le tocan lo pobres, le advierte el doctor Sánchez, que abandona por jubilación la plaza. Le gusta la mujer de su posadero, José “el Pepinillo”; malvive con lo que ingresa; el Dr. Sánchez lo boicotea porque ha atendido a algunos de sus pacientes en casos de urgencia. No se encuentra a gusto en el pueblo. Los ricos van al casino “El Esplendor”; son hombres vulgares y rudos; los pobres viven como pueden. Existe el caciquismo y el turnismo en el poder. Andrés desearía una revolución, pero Dorotea, su hospedera, le advierte que todo seguiría más o menos igual. Don Blas, un hidalgo añorante de los viejos tiempos, le da conversación y le presta su biblioteca. En una librería del pueblo vendían libros pornográficos, lo que le apenó; si hubiera más libertad de costumbres, no prosperaría esta literatura; no sabe qué pensar de las mujeres y el matrimonio, que le da pavor. Se irrita contra el pueblo y contra su vida, pues le parece que está perdiendo el tiempo. La mujer del tío Garrota, un prendero, aparece muerta con signos de violencia; él piensa que fue un accidente y porque estaba borracha; don Tomás piensa que el marido es culpable; el juez coincide con Andrés, lo que aumenta su animadversión en el pueblo, pues querían venganza. Abandona al pueblo casi a escondidas; la noche antes consuma su amor con Dorotea. 
Sexta parte. Cuando llega a Madrid está a punto de estallar la guerra contra EEUU. España pierde, los políticos mienten y manipulan. La gente sigue con su vida de toros, tasca y diversión, como si nada. A Andrés le sorprende la injusticia y cómo la gente la soporta. Iturrioz le replica que es un modo de adaptarse y sobrevivir; le aconseja a su sobrino que haga lo mismo. No hay independencia real de la persona. Se encuentra con sus viejos amigos de carrera. Montaner había acabado sus estudios, pero no tenía trabajo; había sido empleado de Julio Aracil. Este había montado una clínica y tenía una plaza en el ferrocarril; medio prostituía a su mujer, pero él da justificaciones. Fermín Ibarra inventaba sus máquinas, pero nadie le hacía caso. Se fue a Bélgica; a los meses, le escribe para decirle que trabaja en una empresa donde han aceptado sus diseños. Se reencontró con Lulú. Niní se casa con don Prudencio, un señor mayor que la ama, y tiene patrimonio; le pone una tienda de ropa de niño. Logra un trabajo de “médico de higiene”, es decir, revisar a las prostitutas. Le repugna el trabajo y ve la explotación sexual con toda su crudeza; los burgueses exprimen a los pobres, pero la gente parece no verlo. Un cura posee dos prostíbulos y los explota de maravilla; le parece penoso. Se reencuentra con Lulú, en la tienda de confecciones donde trabaja; ve a un joven que la corteja, pero ella le informa que para nada lo quiere de novio. Él le cuenta su terrible experiencia. El travesti “Cotorrita” rapta chicas para prostituirlas; estas a veces están en ese mundo sórdido porque quieren. Andrés está desolado y desmoralizado. Muere el autor dramático Rafael Villasús y va a verlo difunto en su piso; sus amigos no piensan que está muerto y le ponen fuego en los dedos. Deja ese trabajo y ahora lo hace para una sociedad médica de indigentes y humildes, “La Esperanza”; ve mucha miseria y dolor. Pasea con Lulú y su madre los fines de semana. Un buen día, Andrés le declara su amor y ella lo acepta con sinceridad. En contra de la opinión de su tío Iturrioz, se casan. Deja el trabajo y se dedica a la traducción de artículos médicos y a escribir él alguno más. Son felices, están en paz, se aman y no se mienten. Tienen miedo de que se acabe su felicidad, por envidia o mala suerte. Lulú cae en la melancolía y desea un hijo Andrés no lo ve claro, pero accede. Al dar a luz, todo se complica; el niño nace muerto; Lulú muere a las pocas horas. Andrés, desesperado, se suicida por envenenamiento. 
2. Temas de la novela 
Esta novela es honda y densa, por lo que aparece más de un asunto abordado. Veamos los más importantes: 
-La búsqueda dramática de un lugar físico, espiritual, intelectual y emocional en el que vivir. Esta es la trayectoria de Andrés Hurtado, un joven noble y terco que se aplica a la exploración del mundo en todas sus perspectivas para poder vivir con sentido. 
-La pretensión de la comprensión del mundo, por parte de Andrés, que lleva aparejada la inteligibilidad de su propia vida. Se trata de un buceo intelectual, filosófico, moral y  emocional, con resultados negativos. 
-El destino pesa sobre las personas inexorablemente. No se puede escapar de él por más que se luche, en la trayectoria de los héroes clásicos. 
-La vida está compuesta de un tapiz de desdichas sombrías y dolorosas, aunque atenuado por momentos y circunstancias de felicidad, que emana, casi siempre, del amor. 
-La calamitosa situación social, moral, económica e intelectual de la España del momento, últimas décadas del siglo XIX, se contrasta con la nobleza espiritual de un joven que solo desea ser auténtico e íntegro, apoyándose en la comprensión racional y razonable del mundo. 
-Pretender vivir con el conocimiento seguro que emana del “árbol de la ciencia” bíblico es tarea imposible y trágica, como se evidencia en el caso del protagonista, Andrés. Ni el irracionalismo vitalista nietzschiano, ni el escepticismo esquivo schopenhaueriano, ni el idealismo puro kantiano, ni el empirismo practicista anglosajón salvan el alma de Andrés de una tortura mental permanente y amarga. Sólo el amor parece dotar de sentido a su vida, pero pronto se torna en espejismo cruel, lo que acaba con su vida. 
3. Apartados temáticos 
Baroja dividió su obra es siete partes, que responden a siete fases vitales, desde la primera juventud universitaria hasta la adultez, marcada por la paternidad. La evolución es cronológica, de modo que guarda una lógica interna impecable. Cada parte posee un título o marbete que recoge genéricamente su contenido. Son las siguientes: 
1) La vida de un estudiante en Madrid; 2) Las Carnarias;  3) Tristezas y dolores; 4) Inquisiciones; 5) La experiencia en el pueblo;  6) La experiencia en Madrid;  y 7) La experiencia del hijo. 
Las tres primeras partes funcionan como una introducción, un marco espacio-temporal en el que situar a los personajes y sus acciones. La sección cuarta es de carácter reflexivo, dialogado y argumentativo. Tío y sobrino platican sobre el mejor modo de encarar la vida con sentido y responsabilidad. Llama la atención que las tres últimas secciones comparten la palabra “experiencia”, lo que está indicando que forman una unidad de contenido. En efecto, son las tentativas, serias y con consecuencias, de Andrés Hurtado para encontrar un sentido a su vida y asentarse desde el punto de vista económico y social. 
4. Personajes 
Andrés Hurtado es el protagonista de la novela. Comienza esta cuando es un bachiller y dirige sus pasos a los estudios universitarios y finaliza con su suicidio. Este comportamiento recuerda mucho a los héroes de las tragedias clásicas. En plena modernidad, la tragedia cede paso al drama, y el héroe, al ser humano normal y corriente. Se caracteriza por su integridad moral, su persistencia en la búsqueda de un sentido a su vida, desde el respeto hacia los demás y la pretensión de inteligibilidad de su vida y sus actos. Cuando parece que lo logra, todo se esfuma entre el dolor irreparable por la muerte de su esposa y su futuro hijo. Como no está dispuesto, tal y como le aconseja su tío Iturrioz, a ser cínico, acomodaticio ni farsante –ni para consigo mismo, ni para con los demás–, asume unas enormes dosis de dolor y frustración personal que parecen no tener fin. Al lector se le hace simpático por su integridad, su cabezonería y su transparencia moral. 
Lulú, la que finalmente es su esposa, es el segundo personaje más relevante. Se sitúa en otro campo muy distinto. Es una chica que bastante tiene con mantener una vida ordenada y satisfactoria. Ha de defenderse de la pobreza, de una madre un tanto casquivana, de los hombres depredadores, de un ambiente, en general, violento para la mujer. Su única ventaja es que, como no era una belleza destacada, podía pasar sin hacer ruido por las circunstancias más variopintas. Posee un sentido práctico de la realidad, sin filosofías rebuscadas ni ambiciones intelectuales desmesuradas. Sabe ser resignada a tiempo, contestona avinagrada, sobre todo con los hombres, para defenderse y, finalmente, entregada al amor del hombre al que ama, Andrés. 
En esta categoría de personajes entra Luisito, hermano de Andrés. Solo es un niño, pero muestra la inocencia y la espontaneidad alegre y juguetona propia de esa edad. Su muerte temprana afecta profundamente al protagonista y le hace ver la crueldad del mundo y del destino. Es la primera pérdida que le toca de lleno, de ahí que lo sienta más. Estaba muy unido a su hermano pequeño por lazos de amor y complicidad que la muerte arrebata sin contemplaciones. 
Iturrioz ocupa también un lugar bastante destacado. Tío de Andrés, es su confidente para todo tipo de cuestiones morales e intelectuales. Mantienen conversaciones densas y profundas sobre aspectos filosóficos, existenciales y metafísicos. Desempeña el papel del hombre experimentado que ha capitulado hace tiempo ante la realidad. Practicista, más bien empírico y acomodaticio, encaja sus ideas a una situación personal favorable en lo económico y material. Aconseja lealmente a su sobrino según su recto entender, traspasado por un desengaño cínico, aunque no siempre. En realidad, ejerce de padre de Andrés, pues don Pedro, el verdadero padre, es un hombre vividor y bastante ignorante muy ajeno a las cuestiones morales y existenciales que embargan a su hijo. 
De entre los amigos, ocupa una posición más destacada Julio Aracil. Es un joven práctico y resolutivo, casi el envés de Andrés, de ahí que al principio salten chispas entre ellos. Más adelante se muestran simpatía y respeto mutuo por las circunstancias que atraviesan. Sin embargo, cerca del final, la evolución de ambos médicos es total: Julio se involucra en negocios turbios, se aficiona a la ostentación y a la vida de gasto descontrolado, en tanto que Andrés opta por un camino moderado, sencillo y apartado de la vida social. El ingeniero Fermín Ibarra adquiere cierto protagonismo porque muestra al hombre emprendedor e imaginativo que ha de marchar de España para desarrollar sus proyectos empresariales. Montaner mantiene una línea de cierta vagancia y desidia que lo paga con una vida limitada y triste. Los otros personajes representan tipos, que responden a la España más grotesca y terrible: Antonio Lamela, romántico borrachín y pusilánime, es un buen ejemplo. 
Entre la gente con la que se topa Andrés en su peregrinar, predominan los malvados, groseros, tramposos, crueles y, en general, criminales. Algunos se escapan a esta norma y muestran los aspectos más nobles del alma humana: la señora Venancia es un ejemplo acabado; Dorotea, su hospedera en Alcolea, es otro; el hermano Juan es tratado más bien como un caso de estudio, por su entrega y su abnegación humanitaria; casi lo pinta Baroja como tonto bueno. Los médicos y los religiosos salen muy malparados en este relato. El novelista tiene especial interés en retratar los ángulos más negros y sórdidos de estos grupos sociales, a los que conocía muy bien. No olvidemos que era licenciado en medicina y llegó a ejercer una temporada en Cestona, Guipúzcoa. Se ha destacado el carácter semiautobiográfico de esta novela; en efecto, las similitudes de Andrés Hurtado con Pío Baroja son muy notables, y no solo en aspectos materiales, sino también intelectuales y morales.  
5. Lugar y tiempo de la diégesis 
La novela se desarrolla en espacios múltiples. No obstante, el más importante es la ciudad de Madrid. En ella se desarrollan todas las secciones de contenido, excepto la 3 (en Valencia) y la 5 (en Alcolea del Campo, un pueblo imaginario entre La Mancha y Andalucía); una pequeña parte de la sección 3 tiene lugar en un pueblo de Burgos. Tanto los espacios urbanos como los rurales se transmiten con tintes negativos: mucha miseria, falta de higiene, costumbres aberrantes y, sobrevolando todo, el egoísmo y la estulticia de las personas. 
El árbol de la ciencia se publicó en 1911; es de creer que el tiempo de la escritura corresponde con el año previo (Baroja trabajaba muy rápido). El tiempo de la acción narrada se sitúa entre 1890 y 1900, aproximadamente; nuestro novelista ha recreado la última década del siglo XIX, que coincidió con su juventud y primera madurez (Baroja nació en 1872). 
La duración de la acción de la novela abarca, aproximadamente, una década, la de 1890: en ella se desarrolla los estudios universitarios del protagonista y sus primeras incursiones en la vida profesional. Se cita el Tratado del Vino hispano-francés (1882 – 1892) y la guerra de España contra EEUU; como bien sabemos, esta tuvo lugar en 1898; en esta fecha Andrés ya había acabado la carrera y ya había ejercido una temporada en el pueblo de Burgos y en Alcolea. Luego regresa a Madrid, trabaja en varias instituciones y al fin se entrega a la traducción y redacción de artículos médicos. Se puede suponer que Andrés muere al acabar el siglo XIX. 
6. Figura del narrador 
El narrador de El árbol de la ciencia aparece en tercera persona, omnisciente, bastante objetivo y bastante distante de la materia narrada. Se percibe una corriente de simpatía con Andrés Hurtado, el protagonista, con el que existe una afinidad intelectual y espiritual perceptible a cada paso.  
La visión de la realidad exterior es bastante selectiva; en general, se cargan las tintas en los aspectos negativos y sórdidos, que disgustan al narrador y al protagonista, para que el lector comprenda un tipo de sociedad bastante miserable, egoísta y sórdida. La intención crítica del narrador no se oculta y se manifiesta en la selección de lo narrado, la ironía y sátira que recorren toda la novela. 
7. Análisis estilístico 
Baroja practica un estilo preciso, rápido, vivaz y muy dinámico. Sus descripciones son muy selectivas. Los diálogos tampoco se extienden demasiado (fuera de los filosóficos entre Andrés y su tío, donde la exposición argumentativa nuclea las intervenciones): los personajes comunican lo que desean con cierto laconismo; van al grano, sin rodeos ni circunloquios. Esta sensación se acentúa a causa del predominio claro de la oración simple, o de la compuesta no excesivamente extensa. En este sentido opera la adjetivación precisa y contenida; se describe el objeto o el ente con pinceladas breves y agudas, sin regodearse en la verbosidad o en el retoricismo. Y también los párrafos cortos, compuestos generalmente de dos o tres oraciones. En consecuencia, todo contribuye a la ligereza narrativa. 
Ello no significa que Baroja renuncie a elaborar estilísticamente su narración. Al contrario, al imprimir brevedad y dinamicidad al ritmo narrativo, el esfuerzo de concentración es acaso mayor. Veamos un ejemplo de su proceder tomando el inicio de la novela: 
Serían las diez de la mañana de un día de octubre. En el patio de la Escuela de Arquitectura, grupos de estudiantes esperaban a que se abriera la clase.  
De la puerta de la calle de los Estudios que daba a este patio, iban entrando muchachos jóvenes que, al encontrarse reunidos, se saludaban, reían y hablaban.  
Por una de estas anomalías clásicas de España, aquellos estudiantes que esperaban en el patio de la Escuela de Arquitectura no eran arquitectos del porvenir, sino futuros médicos y farmacéuticos.  
La clase de química general del año preparatorio de medicina y farmacia se daba en esta época en una antigua capilla del Instituto de San Isidro convertida en clase, y éste tenía su entrada por la Escuela de Arquitectura.  
La cantidad de estudiantes y la impaciencia que demostraban por entrar en el aula se explicaba fácilmente por ser aquél primer día de curso y del comienzo de la carrera.  
Ese paso del bachillerato al estudio de facultad siempre da al estudiante ciertas ilusiones, le hace creerse más hombre, que su vida ha de cambiar.  
Andrés Hurtado, algo sorprendido de verse entre tanto compañero, miraba atentamente arrimado a la pared la puerta de un ángulo del patio por donde tenían que pasar.  
Los chicos se agrupaban delante de aquella puerta como el público a la entrada de un teatro.  
Andrés seguía apoyado en la pared, cuando sintió que le agarraban del brazo y le decían: 
 —¡Hola, chico! Hurtado se volvió y se encontró con su compañero de Instituto Julio Aracil.  
Habían sido condiscípulos en San Isidro; pero Andrés hacía tiempo que no veía a Julio. Éste había estudiado el último año del bachillerato, según dijo, en provincias.  
—¿Qué, tú también vienes aquí? —le preguntó Aracil.  
—Ya ves.  
—¿Qué estudias?  
—Medicina.  
—¡Hombre! Yo también. Estudiaremos juntos.  
Aracil se encontraba en compañía de un muchacho de más edad que él, a juzgar por su aspecto, de barba rubia y ojos claros. Este muchacho y Aracil, los dos correctos, hablaban con desdén de los demás estudiantes, en su mayoría palurdos provincianos, que manifestaban la alegría y la sorpresa de verse juntos con gritos y carcajadas. Abrieron la clase, y los estudiantes, apresurándose y apretándose como si fueran a ver un espectáculo entretenido, comenzaron a pasar.  
—Habrá que ver cómo entran dentro de unos días —dijo Aracil burlonamente.  
—Tendrán la misma prisa para salir que ahora tienen para entrar —repuso el otro.  
Aracil, su amigo y Hurtado se sentaron juntos. La clase era la antigua capilla del Instituto de San Isidro de cuando éste pertenecía a los jesuitas. Tenía el techo pintado con grandes figuras a estilo de Jordaens; en los ángulos de la escocia los cuatro evangelistas y en el centro una porción de figuras y escenas bíblicas.  
Desde el suelo hasta cerca del techo se levantaba una gradería de madera muy empinada con una escalera central, lo que daba a la clase el aspecto del gallinero de un teatro.  
Los estudiantes llenaron los bancos casi hasta arriba; no estaba aún el catedrático, y como había mucha gente alborotadora entre los alumnos, alguno comenzó a dar golpecitos en el suelo con el bastón; otros muchos le imitaron, y se produjo una furiosa algarabía.  
Se puede observar muy bien las notas caracterizadoras del estilo barojiano: selección de detalles del escenario, presentación escueta (o sin ella) de los personajes. De Andrés Hurtado, por ejemplo, no se dice cómo es física ni psicológicamente; se le nombra, sin especificar atributos de ningún tipo. Las expresiones coloquiales, tanto en las intervenciones de los personajes como en la narración, aparecen con bastante frecuencia (clase “hasta arriba”, «¡Hola, chico!”, “Ya ves”). La adjetivación ornamental es muy escasa; sólo al final aparece un ejemplo, “furiosa algarabía”, para remarcar el sentido peyorativo y satírico de la situación. Un recurso que se repite varias veces es el de la enumeración (y su correlato, la bimembración). Lo podemos ver en: “apresurándose y apretándose”, “se saludaban, reían y hablaban”, etc. 
Este estilo narrativo sucinto, breve, dinámico y condensado es muy característico de Baroja. En conjunto, resulta incisivo y tremendamente expresivo, además de que la intención satírica, a veces burlesca, se transparenta con más eficacia. 
8. Contextualización autorial y cultural 
Pío Baroja y Nessi (San Sebastián, 1872 – Madrid, 1956) es un novelista fundamental de la Generación del 98 y de la narrativa española del siglo XX. Como todos los miembros de su grupo literario, muestra una seria preocupación por el deplorable estado material e intelectual de la España de su época. Su ideología social avanzada y progresista y su filosofía de la vida, próxima al anarquismo conservador y escéptico se dejan ver perfectamente en El árbol de la ciencia 
La crítica demoledora de los defectos de la sociedad española de la época no oculta un interés por superar los defectos y vicios más feos y corrosivos que impedían el progreso y la armonía social. Baroja muestra un firme compromiso cívico con sus coetáneos y anhela un país mejor organizado y equitativo. Andrés Hurtado lo expresa claramente en varias ocasiones en la novela que comentamos. 
Baroja narra con un estilo conciso, natural y guiado por un sentido de la propiedad: usar los vocablos exactos para decir lo que desea. Aborrece el retoricismo, de ahí que siempre se observe una tendencia a la contención verbal. Esta característica puede ser una reacción a los excesos románticos y modernistas (cierta grandilocuencia y altisonancia son perceptibles en las composiciones de muchos autores de esos movimientos literarios) que él pudo comprobar en sus lecturas. 
La arquitectura de sus novelas es clara, robusta y facilitadora de una lectura reflexiva. Se suele atener a una estructura lógica y de linealidad temporal que no empecen la lectura y permiten la construcción mental del sentido por parte del lector de un modo preciso e incisivo. Los argumentos de Baroja no suelen ser muy agradables; antes al contrario, nos muestra protagonistas fracasados, trastornados y derrotados por una sociedad estólida e inmovilista. De este modo, Baroja muestra poca condescendencia con el lector y mucho interés en una crítica social y personal constructiva y productiva a efectos lectores. 
9. Interpretación 
El árbol de la ciencia (1911) es una obra bella e incisiva. Se centra en la etapa de juventud y primera madurez de un hombre, Andrés Hurtado, confundido y aturdido por las terribles carencias materiales, intelectuales y emocionales de la sociedad en la que vive, la española decimonónica. Sin embargo, lucha y desea un mundo mejor, una vida más próspera y auténtica no solo para él, sino para sus congéneres. En este sentido, la novela es noble y honda. 
Muchas veces se ha anotado el carácter biográfico de este texto. En efecto, los estudios y la profesión del protagonista coinciden con los de Baroja. Lo mismo pasa con la ideología y la filosofía de la vida: el protagonista y el autor coinciden en el deseo frustrado de conocer verdades que ordenen y den sentido al mundo y a la vida propia, desengaño por una sociedad terriblemente zafia y egoísta y desesperación final, sin solución de ningún tipo. Por eso Andrés Hurtado opta por el suicidio; acaba con su vida cuando no puede soportar más los golpes del destino en un entorno social que más bien entorpece su posible recuperación. 
Baroja no nos presenta a Andrés Hurtado como un héroe adornado de grandes virtudes. Es una persona normal, solo que coherente y consecuente con lo que observa, piensa y siente. Nada de personajes épicos, más bien individuos en el mejor de los casos honestos y firmes en sus ideales; en el peor, viles y canallas que ni respetan a los demás ni a sí mismos. 
La experiencia lectora de esta novela es profunda, enriquecedora y crítica. Los conflictos de Andrés Hurtado son los mismos que arrastramos cada uno de nosotros en nuestro diario vivir. El choque virulento entre persona y grupo, entre sensibilidad y ordinariez, entre anhelo de justicia y verdad, y estolidez corrupta es especialmente llamativo, vivo y muy contemporáneo. Ello muestra que Baroja supo alcanzar un modo de clasicismo, pues los temas y problemas que plantean resultan de asombrosa actualidad. ¿Hay mejor prueba del acierto artístico de un literato que el hecho de que su obra goce de dolorosa vigencia? 
10. Valoración 
El árbol de la ciencia es una hermosa novela de contenido amargo y reflexión esperanzadora. La experiencia lectora es muy gratificante por el contraste antes expuesto. Un poco más allá de la visión crítica, casi feroz, sobre la sociedad española de la época, Baroja nos deja ver dos aspectos muy positivos: la nobleza de un personaje que busca la autenticidad y la esperanza no tan ilusa de una mejora de esa sociedad tan desequilabrada. 
El estilo narrativo barojiano, tendente a la concisión y la dinamicidad, colaboran activamente en la lectura gratificante, significativa y enriquecedora. Al finalizar la obra, el lector comprende que se ha asomado, por la ventana de la historia, a la sociedad de sus tatarabuelos, ha padecido sus defectos y vicios y ha soñado también que acaso, un día, las cosas mejoren con actitudes nobles y auténticas como la de Andrés Hurtado. 
 
2. PROPUESTA DIDÁCTICA 
(Estas actividades se pueden desarrollar y realizar de modo oral o escrito, en el aula o en casa, de modo individual o en grupo. Algunas de ellas, sobre todo las creativas, requieren material o herramientas complementarias, como las TIC). 
2.1. Comprensión lectora  
1) Resume la obra en su trama principal (300 palabras, aproximadamente).  
2) Señala su tema principal y los secundarios.  
3) Delimita los apartados temáticos o secciones de contenido.  
4) Analiza los personajes y establece su relevancia argumental.  
5) Explica los aspectos de lugar y tiempo en los que se desenvuelve la acción narrada.  
6) Describe la figura del narrador a lo largo de la novela.  
7) Explica por qué este texto pertenece a la literatura contemporánea y a la Generación del 98 de modo más específico.  
8) Localiza y explica una docena de recursos estilísticos y cómo crean significado.
2.2. Interpretación y pensamiento analítico  
1) ¿Qué rasgos propios de la novela moderna aparecen en este texto?  
2) ¿Se puede decir que la vida es como haber comido la manzana del árbol de la ciencia bíblico y, por tanto, condenados al dolor y la incertidumbre, a tenor de lo que leemos en El árbol de la ciencia? Razona la respuesta.  
3) ¿Qué importancia posee el amor, en sus distintas variantes, en esta novela? 
4) ¿Qué busca Andrés Hurtado y qué encuentra? Exprésalo en enunciados antitéticos.  
5) En la novela aparece una evidente tensión entre el mundo de los deseos e ideales frente al mundo de la materialidad y la concreción. Explica cómo se percibe en cuanto a personajes y acciones. 
6)  La muerte juega un papel interesante en el texto. Señala las personas que mueren y cómo afecta ello al protagonista, Andrés Hurtado. 
7) Explica la importancia del egoísmo y de la vanidad en esta novela. 
8) Compara y contrasta la vida de una persona joven o adulta en la época recreada por Baroja y en la actualidad. Establece los pros y contras y valora cuál es mejor.  
2.3. Comentario de texto específico 
El hospital aquel, ya derruido por fortuna, era un edificio inmundo, sucio, mal oliente; las ventanas de las salas daban a la calle de Atocha y tenían, además de las rejas, unas alambreras para que las mujeres recluidas no se asomaran y escandalizaran. De este modo no entraba allí el sol ni el aire.  
El médico de la sala, amigo de Julio, era un vejete ridículo, con unas largas patillas blancas. El hombre, aunque no sabía gran cosa, quería darse aire de catedrático, lo cual a nadie podía parecer un crimen; lo miserable, lo canallesco era que trataba con una crueldad inútil a aquellas desdichadas acogidas allí y las maltrataba de palabra y de obra.  
¿Por qué? Era incomprensible.  
Aquel petulante idiota mandaba llevar castigadas a las enfermas a las guardillas y tenerlas uno o dos días encerradas por delitos imaginarios. El hablar de una cama a otra durante la visita, el quejarse en la cura, cualquier cosa, bastaba para estos severos castigos. Otras veces mandaba ponerlas a pan y agua. Era un macaco cruel este tipo, a quien habían dado una misión tan humana como la de cuidar de pobres enfermas.  
Hurtado no podía soportar la bestialidad de aquel idiota de las patillas blancas. Aracil se reía de las indignaciones de su amigo.  
Una vez Hurtado decidió no volver más por allá. Había una mujer que guardaba constantemente en el regazo un gato blanco. Era una mujer que debió haber sido muy bella, con ojos negros, grandes, sombreados, la nariz algo corva y el tipo egipcio. El gato era, sin duda, lo único que le quedaba de un pasado mejor. Al entrar el médico, la enferma solía bajar disimuladamente al gato de la cama y dejarlo en el suelo; el animal se quedaba escondido, asustado, al ver entrar al médico con sus alumnos; pero uno de los días el médico le vio y comenzó a darle patadas.  
—Coged a ese gato y matarlo —dijo el idiota de las patillas blancas al practicante.  
El practicante y una enfermera comenzaron a perseguir al animal por toda la sala; la enferma miraba angustiada esta persecución.  
—Y a esta tía llevadla a la guardilla —añadió el médico.  
La enferma seguía la caza con la mirada, y cuando vio que cogían a su gato, dos lágrimas gruesas corrieron por sus mejillas pálidas.  
—¡Canalla! ¡Idiota! —exclamó Hurtado, acercándose al médico con el puño levantado.  
—No seas estúpido! —dijo Aracil—. Si no quieres venir aquí, márchate.  
—Sí, me voy, no tengas cuidado; por no patearle las tripas a ese idiota, miserable.  
Desde aquel día ya no quiso volver más a San Juan de Dios.  
La exaltación humanitaria de Andrés hubiera aumentado sin las influencias que obraban en su espíritu. Una de ellas era la de Julio, que se burlaba de todas las ideas exageradas, como decía él; la otra, la de Lamela, con su idealismo práctico, y, por último, la lectura de “Parerga y Paralipomena”, de Schopenhauer, que le inducía a la no acción.  
A pesar de estas tendencias enfrenadoras, durante muchos días estuvo Andrés impresionado por lo que dijeron varios obreros en un mitin de anarquistas del Liceo Ríus. Uno de ellos, Ernesto Álvarez, un hombre moreno, de ojos negros y barba entrecana, habló en aquel mitin de una manera elocuente y exaltada; habló de los niños abandonados, de los mendigos, de las mujeres caídas… 
 Andrés sintió el atractivo de este sentimentalismo, quizá algo morboso. Cuando exponía sus ideas acerca de la injusticia social.  
Julio Aracil le salía al encuentro con su buen sentido:  
—Claro que hay cosas malas en la sociedad —decía Aracil—. ¿Pero quién las va a arreglar? ¿Esos vividores que hablan en los mítines? Además, hay desdichas que son comunes a todos; esos albañiles de los dramas populares que se nos vienen a quejar de que sufren el frío del invierno y el calor del verano, no son los únicos; lo mismo nos pasa a los demás.  
Las palabras de Aracil eran la gota de agua fría en las exaltaciones humanitarias de Andrés.  
—Si quieres dedicarte a esas cosas —le decía—, hazte político, aprende a hablar.  
—Pero si yo no me quiero dedicar a político —replicaba Andrés indignado.  
—Pues si no, no puedes hacer nada.  
Claro que toda reforma en un sentido humanitario tenía que ser colectiva y realizarse por un procedimiento político, y a Julio no le era muy difícil convencer a su amigo de lo turbio de la política.  
Julio llevaba la duda a los romanticismos de Hurtado; no necesitaba insistir mucho para convencerle de que la política es un arte de granjería.  
Realmente, la política española nunca ha sido nada alto ni nada noble; no era muy difícil convencer a un madrileño de que no debía tener confianza en ella.  
La inacción, la sospecha de la inanidad y de la impureza de todo arrastraban a Hurtado cada vez más a sentirse pesimista.  
Se iba inclinando a un anarquismo espiritual, basado en la simpatía y en la piedad, sin solución práctica ninguna.  
La lógica justiciera y revolucionaria de los Saint-Just ya no le entusiasmaba, le parecía una cosa artificial y fuera de la naturaleza. Pensaba que en la vida ni había ni podía haber justicia.  
La vida era una corriente tumultuosa e inconsciente donde los actores representaban una tragedia que no comprendían, y los hombres, llegados a un estado de intelectualidad, contemplaban la escena con una mirada compasiva y piadosa.  
Estos vaivenes en las ideas, esta falta de plan y de freno, le llevaban a Andrés al mayor desconcierto, a una sobreexcitación cerebral continua e inútil.  
a) Comprensión lectora
1) Resume el texto, señala el tema e indica los apartados temáticos o secciones de contenido. 
2) Analiza brevemente los personajes que intervienen y su papel en la obra. 
3) ¿Qué ha ocurrido antes de este fragmento? ¿Y después? 
4) Indica el lugar y el momento donde se desarrolla la acción. 
5) Localiza y explica media docena de recursos estilísticos que embellecen el mensaje. 
b) Interpretación
1) Analiza la reacción de Andrés con el médico viejo y compárala con la de su amigo Aracil. 
2) ¿Por qué llora la enferma? ¿Cómo interpretar la actitud de Andrés si solo era un gato lo que le quitaban? 
3) ¿Podemos afirmar que la sociedad de la época era humanitaria y solidaria?  
4) Andrés, al final de fragmento, está sumido en el desconcierto. ¿Por qué ha llegado a esta situación?  
5) El narrador afirma que, para Andrés, “La vida era una corriente tumultuosa e inconsciente”. Interpreta esta oración y explica sus causas y consecuencias. 
2.4. Fomento de la creatividad 
1) Escribe un cuento, en prosa o en verso o forma dramática, con un contenido más o menos inspirado en El árbol de la ciencia. 
2) ¿Sigue existiendo el tipo de vida que se recrea en la novela? Razona tu respuesta y narra el tipo de vida, focalizando en las creencias religiosas, que se lleva hoy. 
3) Realiza una exposición sobre Pío Baroja, sus obras y su tiempo, para ser presentada ante la clase o la comunidad escolar, con ayuda de medios TIC o pósteres, fotografías, pequeña exposición bibliográfica, etc.  
4) Aporta o crea imágenes de la vida urbana madrileña a finales del siglo XIX (lugares, ambientes, etc.), en los que se pudo desarrollar esta novela y comenta su significación. Lo mismo se puede realizar con la vida rural de Alcolea del Campo. 
5) Leed algún fragmento del texto, de forma dramatizada, en grupos, ante la clase, acompañada la declamación de música e imágenes apropiadas.

2 comentarios sobre “Pío Baroja: «El árbol de la ciencia»(novela); análisis y propuesta didáctica

  1. frente a Hurtado, más bien conservador. esto es incorrecto, ya que Andrés Hurtado era el defensor de una república frente a Montaner que apoyaba la monarquia.

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